Cada año que avanza, parece ser que los problemas que enfrentamos las y los profesionales de la ciencia social en nuestros trabajos crecen en cantidad y complejidad. Paralelamente, esta situación se vuelve aún más crítica cuando nos sentimos incapacitados para resolver esos problemas y no tenemos condiciones para actuar. Las políticas sociales nos sitúan -a las y los profesionales- como simples ‘implementadores’ y esta situación no es casual.
Durante la dictadura, en Chile se ejecutaron transformaciones en el sistema económico y político que sentaron las bases del neoliberalismo en diversos ámbitos de la vida. El Estado redujo su participación y tercerizó su rol de garantizar servicios básicos y sociales, abriendo paso a la privatización. La educación, la salud, el trabajo, las políticas sociales cambian su rumbo. Todo comienza a ser un bien transable en el mercado, incluso los más pobres y marginados.
La privatización y mercantilización de la Educación Superior generó un aumento de matriculados en pregrado, pasando de 184 mil en 1984 a 1 millón 194 mil en 2019 (1), como señalan los datos del SIES, MINEDUC. Esto para los profesionales de las ciencias sociales se tradujo en un aumento de trabajadores formados en universidades cuyos fines se orientan completamente al mercado; tanto las públicas, para autofinanciarse, como las privadas para hacer negocio. La formación se precariza, las carreras se acortan, se entregan menos contenidos, se promueven discursos eclécticos e inconsistentes “cada institución un currículum”, y la mayor parte de lo que se enseña es para responder las demandas del mercado y no las de la población. Al final del día, esto se refleja en la frustración que sienten las y los profesionales por no contar con las herramientas para hacer nuestro trabajo, que no es otro que “resolver los problemas de la población más vulnerable”. A veces es cierto, pero la verdad es que el problema va más allá de lo que podamos hacer con nuestras profesiones.
En el mundo del trabajo seguimos marcando el paso detrás del mercado. Nuestras condiciones son precarias, los programas sociales se mueven con un bajo presupuesto que “hay que aprovechar de la mejor manera posible”. La gran parte de nosotros trabajamos sometidos a la dinámica de las licitaciones, situación que genera alta rotación, inestabilidad laboral, mucho trabajo administrativo, todo esto bajo la presión de la rendición de cuentas, y la lista sigue… El gran jefe de los trabajadores del sector social son los organismos privados “sin fines de lucro”, que saben que detrás de cada uno de nosotros hay un listado de profesionales desempleados esperando nuestro puesto.
Profesionales enfrentando la crisis
Paola y Macarena (2) son psicólogas. Ambas trabajan en un DAM en la región Metropolitana para un Organismo Colaborador Acreditado del Sename, una lleva más tiempo que la otra. Orgullosas nos cuentan que, afortunadamente, su equipo está bien evaluado, no tienen listas de espera y mes a mes han logrado cumplir con una serie de informes que deben ser entregados para cumplir las metas que les exige tanto su Institución como Sename.
“Eso no pasa en todos los DAM. No es normal” nos cuenta Paola, quien además advierte que el costo es alto, “es tanta la pega que es difícil tratar de entregar un servicio oportuno cuando en realidad estamos todos colapsados y tratando de realizar nuestro mejor esfuerzo. Nosotros decimos que no tenemos listas de espera pero tampoco es que sea gratuito. Es a costa de muchas cosas, de que también todos los fines de mes nos vamos quemando un poquito más. Además, la cantidad de informes que tenemos que hacer y con el detalle que tenemos que realizarlos también es bien complejo”.
Entregar una evaluación y sugerencias adecuadas para que las niñas, niños y adolescentes vulnerados reciban la protección o reparación que necesitan, es su mayor motivación. La recabación de datos y el contacto con las historias de vulneraciones las procova constantemente. Es crudo, es doloroso y para peor, no tienen la certeza de si su trabajo realmente incide en la vida de las chicas y chicos.
Luego de realizar sus informes, estos son enviados a tribunales. Los jueces son los encargados de leerlos y tomar una decisión a partir de ellos. Sin embargo, Macarena cuenta que en diversas ocasiones revisan las causas para saber cómo se resolvieron, algo que no es su responsabilidad, y se da cuenta que no fueron consideradas las sugerencias profesionales desde el poder judicial y que las niñas, niños y adolescentes vuelven a los mismos círculos de violencia y vulneración que ellas advirtieron. Lamentablemente, eso también las daña y explican una serie de problemas.
“La rotación es alta, los sueldos son bajos y la carga laboral también es alta. La mitad del mes estás escuchando historias terribles y la otra estás sufriendo porque las estás escribiendo”, indica Paola. Los informes son intensos y exigentes y aseguran que deben renunciar a muchas cosas para lograr llegar a fin de mes con todo los documentos exigidos. El saber que su trabajo en diversas ocasiones no tiene el resultado que esperan las afecta.
En cuanto al autocuidado, obligatorio en un trabajo como éste, Macarena y Paola indican que no necesariamente es lo que hace la diferencia, por fortuna las personas que constituyen su equipo conforman un buen ambiente. Desde Sename se exige que los equipos, tanto de las instituciones del organismo estatal como de los colaboradores, tengan espacios de autocuidado. No obstante, ambas psicólogas concuerdan en que esto también está mal pensado, ya que ellas mismas son las que deben preparar la jornada, lo que les quita tiempo para cumplir con los informes, además de que el presupuesto es prácticamente ridículo para ejecutarlos.
“Hay meses que son más tranquilos y se tratan temáticas no tan heavys, pero hay meses en los que tú sientes que hay caos por todos lados y nadie sabe qué hacer. Estamos con una necesidad de compartir lo que está pasando y también están nuestras compañeras y compañeros que tienen la misma necesidad. Todos hablan al mismo tiempo y nos estresamos”, señala Paola.
A organizar nuestra vocación por la transformación
Las y los profesionales de las ciencias sociales convivimos a diario con la cara más marginal de este sistema, que nos tiene atendiendo a la población más vulnerada y en condiciones indignantes. Como ejecutores de las políticas sociales cumplimos con la función de control y abordaje individual de los problemas, que para ser solucionados requieren más que ‘un programa focalizado’. Se nos pasa el tiempo cumpliendo las metas e indicadores, rellenando fichas o terminando informes que ni siquiera nos permiten asegurar la calidad de nuestro trabajo y hacen que, para el caso de Sename, nuestros niños, niñas y adolescentes sean una cifra.
Estamos cada vez más desconectados de lo social: precarizados y ejecutando programas que reproducen el individualismo y naturalizan el orden social. Sin embargo, esto no es un asunto azaroso, es parte de un sistema que necesita ser transformado. Es necesario retomar nuestra vocación. Pero no la vocación que el sistema interpela para sacarnos el máximo provecho, sino aquella vocación transformadora que nos permita organizarnos como trabajadoras y trabajadores profesionales, constituirnos como verdaderos actores, para cambiar este panorama desde la raíz.
Referencias
(1) Informe Matrícula 2019, en Educación Superior en Chile https://www.mifuturo.cl/wp-content/uploads/2019/07/Informe-Matricula-2019_SIES-1.pdf
(2) Las entrevistadas trabajan vinculadas a procesos judiciales con NNA, motivo por el cual nos concedieron la posibilidad de entrevistarlas y publicar sus testimonios bajo pseudónimos.