No delegamos los cambios en los candidatos, con protagonismo y organización avanza el pueblo a la revolución

[Declaración] No delegamos los cambios en los candidatos, con protagonismo y organización avanza el pueblo a la revolución

A raíz de los deseos revolucionarios de transformación a los que aspiramos como organización, es incómodo constatar el escenario político en el cual decantó el protagonismo que tuvo la gran masa en aquellas jornadas de protestas, que irrumpieron y detuvieron la cotidianidad en 2019. Aún así es necesario dar nuestra visión pues atravesamos un proceso constituyente menos que tibio; que ha marcado la agenda noticiosa principalmente por los “cambios de chaqueta” y una serie de inconvenientes ensalzados por la prensa y que están muy lejos de representar la verdadera cotidianidad de pobladoras y pobladores. También nos encontramos ad portas de unas presidenciales cuya falta de contenido ha dejado el debate en cosas de forma y personalismos mezquinos, en lugar de plantear temas relevantes para la discusión política.

Mientras la derecha reorganiza su bloque probando candidatos como el caso de Sichel, quien “agarrándose” del concepto de independiente -la palabra de moda en estos tiempos- propuso una candidatura con una impronta más cercana y un arraigo menos conservador, pero dada su poca expertise, le salió el tiro por la culata y vivió un duro revés posterior a las primarias, que lo han dejado con poco capital para imponerse como un candidato competitivo en la primera vuelta. A raíz de esto, ha desaparecido del escenario entre los otros candidatos con un poco más de repunte en el último debate.

La continuación es Kast, una apuesta que no es más que un calibrador de la tradicional postura de la derecha conservadora, que a estas alturas estaba maquillando su cara con tintes progresistas, ya que requiere con urgencia medir la temperatura exacta que les permitirá mantener su influencia en el ejecutivo y el congreso. Kast es una oportunidad, puesto que desde hace tiempo la derecha no contaba con un liderazgo astuto, directo y sin la necesidad de doblegar su postura por la fachada de candidato de “centroderecha”, como ha sido habitual en estos últimos años. Tampoco es el candidato más extremo sino que es hábil en sustraer particularidades del conservadurismo y el tradicionalismo para marcar trinchera, las que no hacen más que engolosinar a sus adeptos y ensalzar el rechazo del mundo politiquero, de profesionales y estudiantes (esto al candidato le suma mucho), quienes pierden tiempo reflexionando su ascenso en las proyección del balotaje cuando en estricto rigor no es más que una apuesta caricaturesca. No decimos con esto que no tenga opción de pasar a segunda vuelta sino que no es el favorito, de hecho, de muy poco interés le resulta al bloque empresarial puesto que son conscientes de que un “extremo” como éste no ayudará a apaciguar los ánimos post estallido y pandemia, y a mantener intacto el espíritu conciliador con el que se ha investido al proceso constituyente, el cual tiene como objeto  “ayudar a sellar las abismantes diferencias sociales". 

No es raro por cierto que, al otro extremo, se sitúe al candidato Boric. Pintado también como una figura de extrema izquierda, lo que genera risas puesto que su proyecto no es más que un copy-paste de las demandas que han levantado diversos movimientos sociales, que por muy legítimas que sean, se canonizan y compactan a la fuerza en un proyecto que no tiene nada de transformador sino que está orientado a buscar la armonía con el modelo de explotación y acumulación de riquezas que de manera medular jamás se verá tocado con esta alternativa. 

Respecto a la candidata por secretaría Provoste, a estas alturas parece ser la mejor opción para el bloque empresarial. Evade el debate de fondo con entradas pintorescas y una "falsa cercanía", dejándola como la mejor continuación del ciclo concertacionista: ligera, de centro y estable. Es una opción segura para los empresarios y el diablo conocido. Pero sabemos que al bloque concertacionista no le tiembla la mano a la hora de imponer políticas neoliberales, realizar contraofensivas a la protesta o aumentar el efectivo militar contra el pueblo Mapuche. Representa a un bloque que en la desesperación por arraigarse en el poder no les complica mimetizarse con quienes les atacan, sacar "héroes" de forma oportunista -como Jaime Naranjo, dándole un empujón suave al PS- y realizar acuerdos de todo tipo que les permitan mantener un grado de legitimidad.

A base de este panorama nace este ejercicio crítico pues somos testigos, aún cuando lo advertimos en declaraciones anteriores, de un proceso que transformó promesas de participación en meros actos simbólicos. El pueblo una vez más quedó relegado y expulsado de las esferas en donde se diseñan los “nuevos” rumbos del país. Los espacios de lucha que se levantaron en octubre en diferentes lugares del territorio hoy fueron, en gran parte, arrastrados por la dinámica electoral, haciendo que cualquier cambio a este sistema comience y termine en el aparataje institucional, aplacando las demandas sociales con medidas “dentro de lo posible” y donde la participación del pueblo se reduce a un voto, a una marca silenciosa y singular, alejada del poder crítico, colectivo y transformador al que podría aspirar. 

Mientras las redes sociales funcionan como canalizador de los “críticos” que externalizan sus antipatías en el número de caracteres que les permite su red social favorita, facilitando el trabajo de dispersión y favoreciendo la falsa ilusión de participación y activismo digital, en la vida cotidiana y material se sigue resistiendo la injusticia, y ni siquiera estamos invitados al mesón en donde se transan un par de garantías y una bolsa de derechos por la permanencia del status quo. A ese lugar, de hecho, tampoco acceden los constituyentes puesto que la “carta magna” no será más que migajas que alimentarán de manera simbólica el hambre de un cambio profundo, de una mejora significativa en las condiciones de vida. 

Las expresiones de malestar, que tuvieron nuevamente sus chispazos en el pueblo, ahora producto del hambre en la pandemia, cambió de cariz, y en este nuevo escenario son las y los trabajadores profesionales quienes han tenido protagonismo. Los “técnicos”, los “expertos”, los “especialistas”, y tantos otros epítetos que han sido utilizados para destacar a los profesionales, son orientados consciente o inconscientemente a defender los procesos institucionales. A pesar de que muchos reconocen que estos traen consigo deficiencias y obstáculos insalvables, aún así sienten este proceso como algo propio, lo defienden y entregan su conocimiento y técnica, y operan como masa de opinión y votante, un factor relevante para proporcionarle validez. Allí el rostro del progresismo se embute con avidez, incorporando estas intenciones dentro de los jóvenes y profesionales hacia el inevitable cauce institucional. 

Pero, mientras ocurre este circo electoral, en donde se debaten las características personales de cada candidato más que las ideas que promueven, pues la legitimidad está más bien depositada en las individualidades y no en lo que hay detrás, vemos que los poderes fácticos mueven sus propios hilos para avanzar en sus intereses y acentuar su acumulación, sin importar si cuentan con la legitimidad necesaria. De eso no hay ninguna duda. Y así, en pleno momento de vacías promesas electorales y con dicotomías evidentes como el de una presidenta mapuche a la cabeza de la Convención mientras se militariza el Wallmapu y se asesina a quienes luchan por proteger la tierra, el bloque dominante utiliza todo su poder político, económico, militar y mediático para legitimar su actuar, equilibrando y escenificando un país inclusivo. 

Para quienes buscamos reconstruir el movimiento popular, estas maniobras son viejos artilugios conocidos, porque más allá de llevar la discusión a la institucionalidad y desalojarla de los espacios populares, el interés de la clase dominante es excluir el cuestionamiento de los pilares de este sistema. Se repite así la misma historia de siempre, el pueblo irrumpe con su fuerza, desestabiliza el orden, pero rápidamente es excluido del proceso “de cambio” y/o es cooptado por la dinámica institucional, donde la crítica a la explotación, a la acumulación de riqueza en las manos de unos pocos, esos puntos quedan relegados y olvidados.  

Pero de lo que sí estamos ciento por ciento seguros es de que el descontento se vuelve a acumular, pues las tensiones de la vida diaria no se han tocado, por el contrario se han profundizado en esta crisis. Si bien las maniobras electorales descomprimen el descontento, el conflicto subyace en el pueblo. Las medidas de control social producto del estallido y la pandemia alimentan el miedo al caos y a los cambios profundos a través de una presencia más agresiva del pueblo. Estos paños fríos que le ponen al pueblo también son justificados con la crisis económica, que según los expertos se debe a la inflación y a medidas como la del 10%; pero, la injusticia está presente y latente y eso es un cordón desde donde jalonar. La organización popular permanece vigente en el sector de quienes luchan por una transformación mayor, quienes a pesar de la maqueta de engaños que se ha elaborado en estos dos años, siguen construyendo un proyecto antagonista, uno que abre la imaginación y la creatividad más allá de los límites de un voto. Eso es una bella muestra de esperanza. 

Sabemos que hoy el camino electoral y la construcción popular son vías contradictorias, pues el primero absorbe la poca fuerza que actualmente tiene el segundo y lo excluye después de que éste le entrega la legitimidad y el poder de su voto. Y cuando se saca al pueblo del centro, se vacía de contenido la supuesta transformación. Por eso denunciamos esta farsa actual, que viene a remover los ánimos de conflicto pero que mantiene intacto el sistema de privilegios y poder en unos pocos. Sea que salga la derecha empresarial, o la representante de la ex-concerta o la alternativa progresista, ninguno significa ni significarán un camino real para conquistar la dignidad y la justicia, sino más bien son la vieja opción del “mal menor”, que casi como un mantra se instala frente a la mediática figura de la extrema derecha.

El camino real para evitar no solo el avance del facismo sino desarmar las estructuras de desigualdad, es aquel que se plantea los cambios radicales de nuestra forma de vida y genere una estrategia y un proyecto revolucionario que haga crecer nuestra fuerza, la fuerza de ser pueblo, de ser muchos y tener el poder. Los profesionales trabajadores en la vereda popular tenemos que definir hacia donde dirigiremos nuestros conocimientos, organización, tiempo y lucha: o le hacemos la pega a la/él candidato progresista de turno, para caer en falsas promesas, o construimos desde ya un camino desde la solidaridad, la justicia y lo humano, donde pongamos a disposición nuestras capacidades organizativas y pensamiento colectivo para politizar las ideas que están detrás del malestar. Desde ahí rearticularnos como pueblo y construir una estrategia propia, que no solo identifique, rechace y enfrente los reajustes que la clase dominante despliega con sus farsas de ilusoria participación, sino que construya un proyecto popular que con fuerza arremeta para la vida digna alcanzar.

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