A inicios de marzo estaba dispuesto una vez más a comenzar mi semana laboral en el Centro de Salud Familiar (CESFAM), que es el principal recinto de atención primaria en salud en el sector público, la llamada APS. En el centro realizamos desde los controles prenatales hasta los exámenes preventivos del adulto mayor, los chequeos de los pacientes crónicos y la atención de salud mental, entre otras cosas. Sin embargo, algo me decía que este mes sería distinto a los demás. El tema del coronavirus había calado lentamente en las conversaciones cotidianas, primero como chiste a través de “memes” y luego, por las noticias de la situación en Italia y España, comenzó a rondar de forma más preocupante tanto con mis colegas como con amistades y familiares. El contagio a nivel internacional había aumentado y ya se hablaba de una verdadera pandemia, la cual sólo en cosa de tiempo llegaría a Chile, “país con el mejor sistema de salud del planeta”.
Y así fue como, en un par de días, el virus llegó a nuestro país, primero se conocieron algunos casos en los sectores más acomodados, que trajeron la infección de sus viajes al extranjero, pero en la medida que se conocían nuevos contagiados y gracias a la tv, el pánico se extendió rápidamente y los pudientes llenaron los supermercados para acaparar la mayor cantidad de insumos básicos que pudieron. Sentí gran frustración al ver como el retail especulaba con los precios y que el Estado no se hacía cargo de asegurar la distribución de los bienes más esenciales para la población.
En la periferia de la ciudad, lejos de esos sectores acomodados, durante la quincena de marzo comenzó la campaña de vacunación contra la influenza en los CESFAM y tanto por los llamados insistentes del gobierno, como por el miedo infundido en los matinales, llegó mucha más población a vacunarse que en los años anteriores. Fue una reacción casi instintiva, quienes no tuvieron la capacidad adquisitiva para comprar mascarillas o alcohol gel vieron en la vacuna una forma de “protegerse”. Aquel día apenas ingresé al centro, solo pude ver una multitud de gente achoclonada, que pedía con determinación que la vacunaran, y al mismo tiempo tenía muchas dudas con respecto al coronavirus. Con mis colegas sólo atinamos a cruzar un par de palabras para saber que desde ese momento los días en el CESFAM no serían los de siempre.
Durante esa semana, los profesionales, técnicos y administrativos, de forma improvisada, apoyamos en diferentes tareas para descongestionar a toda la masa de usuarios. Como primera medida, todo control de paciente crónico se debía suspender y sólo se iba a atender morbilidad por parte de personal médico y se realizarían las atenciones impostergables, como lo son la atención de urgencia y tratamientos necesarios. Lo primordial era disminuir el tiempo de exposición de la población de riesgo y proteger a los equipos de salud para continuar con la atención. No recibimos ningún lineamiento desde los Servicios de Salud o las Corporaciones Municipales, por el contrario, en algunos casos nos pusieron más obstáculos para el funcionamiento, porque su mirada, cegada por la política electoralista, estaba centrada en las próxima elección y no en generar medidas para abordar la emergencia, pero aún así la necesidad y compromiso, junto con nuestra creatividad profesional fue guiando nuestro actuar.
Tras escuchar, día a día, las medidas que iba proponiendo el gobierno y sentir que eran insuficientes para abordar la complejidad de la situación actual, noté,una vez más, que los que están en el poder no muestran ni la menor preocupación por el pueblo y por quien más lo necesita. Primero normalizaron el proceso de contagio y bajaron el perfil de los casos confirmados, para posteriormente instaurar de manera “progresiva” una cuarentena que no es efectiva e incluso llegó a ser imposible e inhumana para aquella población que necesita diariamente ir a trabajar para llevar el sustento al hogar. Inmediatamente pensé en nuestros pacientes más pobres, los que se las arreglan en la feria vendiendo sus cositas para tener que comer, ¿qué harán si la cuarentena total les impedirá trabajar y abastecerse? pero nadie les da la importancia. Eso también es parte de la salud que este modelo no quiere garantizar.
Inmediatamente pensé en nuestros pacientes más pobres, los que se las arreglan en la feria vendiendo sus cositas para tener que comer, ¿qué harán si la cuarentena total les impedirá trabajar y abastecerse? pero nadie les da la importancia. Eso también es parte de la salud que este modelo no quiere garantizar.
Avanzan los días y la impotencia nos invade como equipo, el gobierno entrega cifras “tranquilizantes” pero todos los que trabajamos en salud sabemos que son falsas y hay un subdiagnóstico tremendo, ¡Claro! porque la verdad es que no estamos tomándole el examen a los pacientes con síntomas leves, simplemente porque no alcanzan los kits, ni las ambulancias para trasladarlos, ni los box de aislamiento; además hay muchos días de retraso para que salgan los resultados. No es como en las clínicas privadas donde los que pagan se testean y se van a esperar tranquilos a sus casas, ya que tienen varias piezas para hacer el aislamiento domiciliario cómodamente. ¡¿Cuánta plata han ganado las clínicas con esta crisis?!
Fotografía: Carlos Vera
Terminando la tercera semana de marzo se informa de la primera fallecida por coronavirus, una persona adulta mayor que vivía en Renca. Como era de esperar, los ricos se pueden enfermar, pero los que mueren siempre son los pobres. Así es la realidad de la salud en una sociedad de clases. Con cada nuevo fallecido se me aprieta la garganta y me siento como esperando un tsunami para el cual no estamos preparados como sistema de salud ¡ni con mascarillas apropiadas contamos, menos con la cantidad de ventiladores y personal capacitado para enfrentarlo!
Ya pasó marzo y si bien esta crisis trae consigo estrés y ansiedad frente al probable colapso, de nuestro ya precario sistema sanitario, también ha podido demostrar cómo los trabajadores de la salud ponemos a disposición de la comunidad nuestro mayor esfuerzo en estos tiempos complejos y que todos somos muy importantes, desde el equipo médico hasta las auxiliares de aseo. Creo que hemos desarrollado un gran potencial de trabajo creador fabricando nuestras propias mascarillas y escudos faciales, reordenando nuestros turnos y funciones, capacitándonos en tiempo record en varios temas para reforzar nuestros conocimientos, desde el manejo de la infección hasta conceptos de epidemiología. A lo largo del país se nota en nuestros centros la preocupación para dar la mejor atención aún en la adversidad.
Comienza un nuevo mes y como profesional conVocación siento que debo mantener la disposición para estudiar permanentemente y para trabajar con el compromiso de brindar la mejor atención, sobre todo en estos meses que serán muy complejos, pero también siento más que nunca la necesidad y urgencia de organizarme con mis compañeros, ya que este virus solo vino a develar las tremendas injusticias de este sistema, y debemos transformarlo si queremos que la salud y la vida digna sean una realidad para todos, a prueba de cualquier pandemia.